No es necesario ser madame de Thebes,
ni saber brujería o cartomancia,
ni haber nacido en Inglaterra o Francia,
para guisar percebes.
Lo difícil del trance es darse traza
para encontrarlos gordos en la plaza;
ya que, no siendo buzo o marinero,
le es imposible a todo cocinero
procurarlos en medio de la caza,
como se alcanzan liebres y perdices
sin miedo a romperse las narices;
que es muy fuerte arañar en duro risco
por la busca y captura de un marisco
que cuando está bien gordo y comestible,
se oculta bajo un mar inaccesible,
y solo está al alcance de la mano
si se halla delgaducho, o en el verano,
cuando sabe el indino
que el comerlo trastorna el intestino.
Una vez el molusco en la cocina
la receta cualquiera la adivina.
Con agua y sal, en pote, van al fuego
se sopla un poco y a comerlos luego.
Como fín de la receta:
no los comáis jamás sin servilleta
que os tape todo el busto
si queréis evitaros un disgusto.
Esta poesía pertenece a D. Alfredo Tella publicada en la obra “La cocina Práctica” de Picadillo.